Apreté mi mano con apacible fuerza
pues todo lo que amé
estaba dentro.
Sentí su presencia
agónica,
latir despacio entre mis dedos,
de carne y tiempo.
Ya en la Plaza San Marcos
con la mirada puesta en los siglos
abrí la mano hacia el cielo.
Ella se hizo polvos de plata
y voló hacia la Torre del Reloj.
Allí habita hoy,
lejos del suelo.
Hasta que un día de algún siglo, el amor,
le de forma de mujer
y algo de lo que yo fui
reconozca su pelo.