domingo, 12 de agosto de 2012

El tipo




El tipo de la foto es real, yo le saqué la foto.  Camina siempre por la misma acera, ochenta metros para un lado y luego para el otro. Camina lentamente y fuma. Siempre fuma. Mientras camina mira hacia arriba en una actitud reflexiva. El tipo es raro (pensé la segunda o tercera vez que lo vi por el mismo sitio), y es que no puedo evitar fijarme en la gente por la calle imaginando su vida.
El tipo se sienta a veces en una mesa de la acera. No pide nada. Los dueños del bar lo dejan.
Supongo que pasa desapercibido permanentemente. Pero a mí, el tipo me intriga.
El tipo no aparenta tener más de cincuenta años, va siempre muy bien afeitado y vestido, aunque casi siempre con la misma ropa. Lo que más llama la atención es su andar lento y su actitud reflexiva mientras camina lentamente. Y fuma. Siempre fuma.
Luego de incontables veces de cruzarme con el tipo, mi frustración por no poder sacar ninguna conclusión de él me atormenta. Paso por esa calle a menudo, y el tipo, siempre, siempre está…
En su andar se nota cierto orgullo, característica que me encaja con su cabeza alta, como ignorando al mundo. Me encaja también que su presencia no es la de un buscavidas, ni mendigo, ni agente secreto. El tipo es limpio, el tipo es tranquilo. Y fuma. Siempre fuma.
Como eso de caminar debe cansar, el tipo se sienta de vez en cuando en un banco de la plaza, a cincuenta metros de su “zona peatonal”. Muchas veces pienso en parar para hablar con él y quitarme mis dudas. Pero… ¿Quién sabe quien es ese tipo?, quizás me llevo un disgusto, deduzco.
Luego de meses ya se lo del tipo.
Está sin trabajo hace dos años. Fue desahuciado por no poder pagar su casa. Por la noche va a dormir a un albergue para desposeídos, y come también, gracias a la beneficencia.
¿En que pensará el tipo?...
Quizás, esa cabeza alta es el único signo de identidad que lo acerque a la dignidad humana, y lo conserva. Quizás solo tiene para cigarrillos.
Por eso fuma. Siempre fuma…
La foto es de “el tipo”. Es real. Decidí sacarlo de espaldas para proteger lo poco que le queda de quien, seguramente, alguna vez fue, hasta que en Europa volvieron los nazis sin armas pero con calculadoras.

miércoles, 13 de junio de 2012

El síndrome de Taxi Driver



Ese día me levanté agitado y cansado. El insomnio había paseado por mi mente dejándola huérfana de ideas, había exterminado mis proyectos, mis ilusiones. La nada se había apoderado de mí dejándome una resaca de tribulaciones.
Ese día tuve la sensación de que mi mujer no me aceptaba. Que me despreciaba. Que le incomodaba mi presencia.
Los políticos aparecían en el periódico ese día como  maleantes de Harlem. Las famosas eran la representación actual de las prostitutas de la calle 177 y cualquier oficinista era según mi mente tristemente obsesiva, un idiota al que un negro le ponía los cuernos.
Ese día, un cliente que llegó a la oficina con su hija era la manifestación temporal de un proxeneta que explotaba a una niña de doce años, provocando que mi furia muda paralice mis intestinos.
Salí a la calle. Me quedé mirando el escaparate de una armería como si fuera un niño en una tienda de caramelos; había allí kits completos de limpieza para un país que acariciaba la ruina económica y moral. Y yo (pensaba) era el único que tendría la capacidad para exterminar toda la mierda que desafiaba las pupilas de la gente de bien.
Ese día regresé a casa y me piré en el espejo mientras escudriñaba mi cara. Simulaba hablarle a “uno de ellos”:
- You’re talking to me?...
Encendí el televisor con ganas de deslizarlo con el pie hasta que caiga y eche humo matando a todos los circuitos y quemando vivos a los tertulianos que llenaban de neologismos huecos el análisis de los políticos vacíos de ideas.
Eran las diez de la noche.
Esa noche llamó mi hijo desde Londres.
Presentí que se sentía solo y necesitado de una voz de aliento. Y yo, era el padre.
Esa noche me encontré nuevamente con mi rumbo. Por fin, mi vida tenía otra vez sentido.

sábado, 14 de enero de 2012

Las leyes del karma. Fe de erratas.

Etiopía, 12 de enero de 2041

Escribo desde una choza rodeado de mis dos mujeres y nueve hijos. Un turista belga vino a sacar fotos de la pobreza (como tantos que pasan muy de vez en cuando, por aquí). Accedí a su ordenador mientras él dormía para escribir esto y mandarlo al blog que tenía en mi vida anterior (cuando viví en España), a través del sistema de internet por estación lunar.

Creo que alguna ley del universo se rompió, pues tengo la suerte (o la desgracia) de recordar mi vida anterior. También conservo los conocimientos de entonces, por lo que me fue más duro adaptarme a este nuevo sistema de vida (si es que se le puede llamar vida a esto, claro). Mi mujer más joven, Tanisha me mira mientras tanto con expectación pues ayer tuve sexo con la otra (Aguanju) y espera con algo de celos el apareamiento. Mientras espera, acaricia a mi hijo Bintou que pronto morirá de malaria.
Si no recordara mi vida anterior quizás todo sería más llevadero. Aquí la gente acepta la muerte como algo cotidiano. Sé que no viviré más de cuarenta años y aunque ya me importa poco, me preocupa pensar en cual será mi próxima vida. Pues yo siempre había en la rencarnación en mi vida anterior, y mis esfuerzos por intentar mejorar como persona no tuvieron ningún premio. ¿Dónde estará entonces el sentido de la existencia?...
Todo comenzó con la crisis de España. Allá por el año 2008. Vinieron luego unos años de escasez que intenté sobrellevar dignamente. En 2012 comencé a hundirme en una depresión que debilitó mi sistema inmunológico y al poco tiempo mis órganos se fueron debilitando, mi circulación empeorando, y finalmente un lunes de mayo sentí un fuerte dolor en el pecho mientras iba perdiendo el conocimiento. Esperaba la famosa luz, esa que describen quienes tuvieron experiencias cercanas a la muerte… esa que se les aparecía junto con sus familiares muertos; aceptaba el fin con una sonrisa mientras mi vida se extinguía.
Pero no hubo luz blanca azulada. Ni túnel.

Sentí que caía en un pozo oscuro. Lleno de ratas y cucarachas. Los murciélagos volaban alrededor de mi cabeza y un olor nauseabundo penetraba por todo mi cadáver. Horrorosos quejidos parecían salir de mil vericuetos subterráneos y cientos de cadáveres putrefactos se amontonaban sin terminar nunca de descomponerse.
De vez en cuando se escuchaban risas, ruido de fiesta. Alguna vez me pareció escuchar partidas de póker y, a veces largos gemidos de placer en lo que parecían ser grandes orgías. Lógicamente, el sonido era muy débil y podía engañarme, pero venía de una lejana zona donde se veía algo de luz…una luz hermosa.
Pero mi entorno era la peor pesadilla que nadie pueda imaginar. Los cadáveres se movían de vez en cuando dejando ver las llagas en las carnes infectadas de gusanos e insectos. Una eterna agonía gobernaba en ese sitio. Mi cuerpo era un nido de dolor. Me salía pus por la nariz y mi mente, alma, o lo que sea, solo me proporcionaba miedo, desolación y angustia. Eso era todo lo que podía sentir en ese inmundo lugar. En ese plano no había noción del tiempo, pero me pareció una eternidad. De vez en cuando llegaba un nuevo cadáver que comenzaba la misma tortuosa y macabra realidad. No podíamos comunicarnos, solo ver y sentir el dolor propio y el ajeno.
Con el tiempo (si es que pudiéramos llamarle así) ese escenario se transformó en habitual, pero no por ello paraba el dolor de las carnes, de los huesos, y el sonido de las alimañas alimentándose de mi cadáver. Y lo que es peor, al haber trascendido a ese plano la propia empatía, el sufrimiento se multiplicaba al ver y sentir como los cientos de cuerpos putrefactos gemían en una eterna agonía. Lloraban sin lágrimas. Nos mirábamos con profunda compasión.
Un día vi una breve silueta que se hacía cada vez más grande. Era algo que salía de ese espacio lejano de luz casi divina.
Hasta que de pie, junto a mi, reconocí la figura de una persona delgada, con un bigote poblado, nariz aguileña, mirada fría y sonrisa imperceptible, casi irónica. Vestía un uniforme de general, con su correspondiente gorro. Se dirigió a mi con suficiencia, soberbia y desprecio. Me dijo imperativamente:
- Llegó la hora de volver a la tierra –
Cerré los ojos y mientras mi extraña existencia se desvanecía escuché al personaje del uniforme:
- Otro idiota con eso del karma…¡vamos...otro aprendizaje!….
Al poco tiempo me desperté llorando, encarnado en un negrito de un kilo y doscientos gramos, en brazos de mi nueva madre, Nombeko.

sábado, 7 de enero de 2012

Basura impresionista

¿Añoras conocer la oscuridad de mi alma?
ni con mil soles
ni con todos los dioses.
Ni yo mismo puedo verla,
solo sentirla y pintarla
con muchos colores ocre,
tierra de siena tostada.

¿Quieres hurgar en mis miserias?
te perderías entre la basura
de un laberinto de amor y de absurdos,
de impresionismo vital.
Nadie más que yo puede convivir
con ese vertedero
necesario
para no olvidar que soy
para el redil
insalubre y demencial,
siempre arrastrado por lodos ocres
en busca del color.
En busca de esa luz
que hay al final.
Al final de algo.