jueves, 12 de septiembre de 2019

Despistes, afectos, carencias, vascos y la madre que me parió



José Luis (Joe) y un servidor (Mono) destrozando cervezas
Conocí a José Luis Guillerna en el Foro de Poesía Monosílabo que fundé hace ya muchos años. La dinámica de gestionar un foro (sea cual sea la temática) es muy difícil, pues la heterodoxa “población” de un sitio como este lleva consigo la administración de algo parecido a la justicia dentro de algo tan especialmente complejo como lo es la expresión dentro de internet. Pasados algunos años tomé conciencia que además de ser buen poeta, José Luis (Joe en el foro) era un hombre centrado y bastante más maduro que yo en lo que podría llamar “administración de Egos”. No me costó mucho convencerlo que sería un buen administrador del foro, y dejé en sus manos esta tarea que cumplió muy por encima de mis propias expectativas, desde entonces, hasta hace poco tiempo que certificamos la defunción del mismo.

 Mientras tanto, tuve el gusto de conocerlo personalmente, y ya en mi primer viaje a Vitoria, la persona que no era más que otro anónimo personaje dentro de un mundo virtual se me manifestó como un hombre cabal, con un sentido del humor exquisito, y una calidad humana fuera de la media de esta sociedad narcotizada. Mi mujer y yo tuvimos la suerte de tener varios encuentros con él y su adorable esposa Maricarmen. Como buen vasco es un puñetero sibarita que nos preparó un “bacalao al pil pil” en su casa en nuestro primer encuentro, además de llevarnos a uno de sus “templos” gastronómicos donde disfrutamos de excelentes platos seguidos de interminables tertulias.

La experiencia se repitió, y una vez tuve el gusto de recibirlos en Oviedo, los llevé a un restaurante de comida asturiana que, más por mis conocimientos (en mi caso, mis conocimientos gastronómicos son limitados, siendo la comida algo así como “combustible”) estaba avalado por personas de las que me fiaba. Y así tuvimos varios encuentros que disfruté (tanto yo como mi mujer Stella) y arriesgo a creer que también disfrutaron Maricarmen y José Luis. 

Joe con su encantadora Maricarmen

En el pasado mes de agosto, provechando que su hija (residente en Alemania) y familia alquilaron una casa rural en el occidente asturiano, nos creamos una nueva excusa para una comida en Oviedo. No me atrevo a decir que seamos amigos…sé que esa titulación se otorga con muchos años, pero personalmente yo lo percibí como tal, y mis sentimientos fueron son y serán con esa preciada distinción. Con entusiasmo Stella y yo intentamos planificar la visita, especialmente considerando mi punto flojo (el saber gastronómico académico). Ya lo habíamos llevado en otra visita al centro de Oviedo a degustar platos típicos de Asturias, y considerando que el día de (viernes 23 de agosto) hacía un inusual calor por estos lares tuve la idea de ir comer en un pueblo en un valle de las afueras (Las Caldas) donde hay un restaurante muy interesante (Casa Eleuterio) con un parque detrás con sombra suficiente para comer al aire libre … en fin…como dirían Les Luthiers. “un entorno bucólico”. 

 Antes de salir, tomamos un vino en el bar de la esquina y a la hora de subir al coche, José Luis hizo alardes de su magnífico GPS incorporado al coche, dispositivo al que yo me negué a poner en marcha invocando mi dignidad del conocimiento local…después de todo ese pueblo es uno de los preferidos por Stella y yo, y no está a más de 6 kilómetros de Oviedo. Así pues, comenzamos la breve travesía amenizada por una amena conversación. Quienes me conocen saben que como conductor soy tremendamente despistado (que no imprudente), pudiendo dar dos o tres veces vueltas a las rotondas hasta dar con la salida apropiada; en este caso, como copiloto y guía, mi despiste en medio de la charla también apareció y acabamos comiéndonos la salida y abordando la autovía a Grado. Intenté minimizar los daños y con un aire de suficiencia dije que no importaba, pues en Grado (a unos 12 kilómetros) recordaba un restaurante donde Stella y yo comimos muy bien hace unos dos años. Todo sea para: a) Disimular mi torpeza b) No empañar la excursión gastronómica Arribando a Grado, estacionamos en el parque céntrico y nos dirigimos con soltura hacia el restaurante de marras.
Creí reconocer el sitio, pero al entrar advertí que una de dos, o no era ese el restaurante, o ya no lo era más, pues solo ofrecían “platos combinados”. José Luis y Maricarmen no se merecían esa chapuza. Comenzó a pasearse por mi médula espinal un frío que contrastaba con el calor imperante. Imposté un aire de seguridad y seguí camino; pronto advertí que no tenía ni puñetera idea del restaurante de marras, no me acordaba donde coño estaba, pero intenté disimular (putos vascos!). Me acerqué a una terraza donde varios parroquianos tomaban su aperitivo procurando que José Luis no escuche…(a pesar de la confianza y afecto que nos unía, mi dignidad herida me hacía incapaz de reconocer que estaba perdido), y pregunté por un restaurante de confianza. Me enviaron a uno llamado Pepe El Bueno; con la cara ya desfigurada, arrastré a mis invitados a ese sitio y ya, perdido por perdido, me encomendé al Espíritu Santo para que esté a la altura. 

La ensalada inicial estaba normal. José Luis aseguró que sus costillas estaban muy buenas (miente!...pensaba yo….). Las parrochas con jamón que pedimos los demás no sé cómo las habrán disfrutado, pero para mí fue algo traumático, les encontraba un sabor acartonado, y no sé si era producto de mi imaginación, de mis delirios, de mi complejo de culpa por tanta improvisación o de mi ignorancia gastronómica.
Parrochas con jamón
Casi no disfruté de la comida. Para colmo de males, en un momento de descuido José Luis alegó ir al baño, y de una manera torticera, propia de un traidor, pagó la cuenta cuando se supone que invitaba yo. En mis delirios paranoicos, yo pensaba que era una forma de humillarme aún más, aunque luego volvía a la realidad tomando conciencia de que sería incapaz de intentar causar daño alguno…después de todo, José Luis es un ser de luz… entiendo que estas reflexiones pueden ser propias de una película de Woodie Allen. Pero es lo que hay. 
Finalizamos la jornada tomando cañas en una terraza de la Villa y ya más relajados disfrutando de la tertulia sobre lo humano y lo divino, fui olvidando (mentira!) la cadena de improvisaciones y despistes. Días después se me ocurrió mirar en internet la calificación en “tripadvisor” de este restaurante encontrado por casualidad. La calificación media era de 4,5 sobre 5.
Posiblemente, el sabor acartonado de las parrochas haya sido mi imaginación, mi complejo de inferioridad ante la fama de los puñeteros cocineros vascos quizás me llevó a todo este delirio...lo verdaderamente importante, es que disfruté nuevamente de su compañía.

Putos vascos!...