jueves, 9 de julio de 2009

La estación de tren

Paredes muy opacas;
color de los sueños de mil viajeros.
Olores desparejos, un poco amables
con excepción del baño
de caballeros.

Siluetas grises y solitarias.
Un corazón que palpita
por esa espera;
hay una puta
cuerpo radiante, cara marchita.
Un oficinista, dos secretarias,
un vendedor de helados,
dos jubilados.
Un cura que no se fía de sus plegarias.
Y dos nigerianos
tan abetunados,
como explotados.

El andén es la muestra
de un mundo raro.
Las piedras agonizan junto a la vía
con inconclusos restos
de mil tabacos...
parecen tan solas
como mis días.
La estación es un llavero
que abre mil vidas a la esperanza
pero también la puerta de una huida lenta.

Huele a café con leche
por la mañana,
por la noche hay aromas
a remembranza;
el andén es más corto
que las ausencias.
Aunque siempre es más largo
que mi paciencia.

Es un reflejo chico
del mundo entero.
Incluyendo a ese baño
de caballeros...

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